Nuestra vida, nuestras comunidades, nuestro servicio apostólico, encuentran su vitalidad en la unión y conformidad con el Corazón de Jesucristo. Esta gracia de nuestra vocación es un camino de conversión y de fecundidad apostólica.
El Corazón traspasado de Jesús nos abre a la profundidad del misterio de Dios y al dolor de la humanidad y nos hace entrar en su único movimiento: adoración al Padre y amor a todos, especialmente a los pobres. Volvemos una y otra vez a estas palabras de Jesús como a una luz que, poco a poco, nos transfigura a su imagen: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». (Mat 11, 29) Const. No 8